Hay pocos inventos que se pueden decir que han cambiado el devenir de nuestro planeta de una manera tan fulgurante y radical como lo fue la máquina de vapor en el siglo XVIII y XIX. James Watt ha pasado a la historia como el creador de los primeros prototipos y la figura más importante en este vital invento, sin embargo existen ciertos antecedentes de la máquina de vapor bastante antes incluso del nacimiento de Watt.

Primeros prototipos de la máquina de vapor: la eolípila
La primera máquina de la historia, o al menos la primera de la que se tiene constancia, que aprovechaba la fuerza del vapor para producir un determinado movimiento, fue la Eolípila fabricada por Herón de Alejandría durante el siglo I de nuestra era.
La máquina apenas tenía aplicaciones prácticas pero sirvió para demostrar cómo el calor aplicado a un líquido en ebullición podía convertirse en energía mecánica.
Prácticamente no hay muchas más aportaciones relevantes hasta el siglo XV y XVI cuando diversos autores entre los que destacan Leonardo Da Vinci, Cisarino y Jorge de Garay empiezan a realizar pruebas y descubrimientos que los llevan a nuevos prototipos o desarrollos a partir de la idea original de la Eolípila como pueden ser el cañón de vapor o la máquina de Garay.
La máquina de Papin. 1683
Los dibujos de este físico francés sí que empiezan a concretar lo que era un pistón dentro de un cilindro que es impulsado por la fuerza del vapor. Esta máquina se la denominó posteriormente como máquina atmosférica y se puede considerar como un auténtico antecedente de la posterior máquina de Watt y en la que seguramente éste baso sus conclusiones.
Si bien la primera máquina que se fabricó en grandes proporciones se debe a Thomas Savery en 1698.
Muchos estudiosos consideran a Thomas Newcomen como el verdadero creador de la primera máquina de vapor con aplicaciones en la industria en lugar de a Watt puesto que materializó en una máquina real lo que Papin había diseñado.
Watt se basó claramente en la máquina de Newcomen a la que perfeccionó haciendo que la presión incidiera por la cara posterior del pistón empujando este hacia abajo.
La máquina se popularizó enormemente y sus aplicaciones se vieron pronto reflejadas al mundo del transporte tanto marítimo como ferroviario en un principio. Los ferrocarriles hicieron que las mercancías pudieran moverse con rapidez entre puntos muy lejanos, siendo capaces de ampliar los mercados y utilizarse materias primas que estaban muy alejadas de las fábricas. Una auténtica revolución que tuvo implicaciones enormes a todos los niveles de la sociedad.